Hace una hora, aun estaba encerrada en uno de los lavabos del aeropuerto de Barcelona, con Lua aferrada a mí, con su boca desesperada hundida en mi coño en un intento de que mi partida me quedara gravada, obsequiándome con una corrida maravillosa, húmeda y visceral que acabo mezclándose con las lagrimas de las dos por la inminente despedida.
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